El trekking por la Cordillera de las Banderillas en la Sierra de Cazorla supone el transito entre amplios bosques y ríos.
- Distancia recorrida 40,5 km.
- Desnivel acumulado de subida 1633m, de bajada 1766
- Tiempo empleado 13h30’
La ruta de trek por Cazorla
Empezamos la ruta tras un interminable acercamiento por la carreterilla que serpentea por el pantano del Tranco. Preside esta cordillera abrupta y solemne un inmenso bosque, con altos y cerros, que caen hacia el Guadalquivir.
En cada extremo alimenta un río diferente, al noreste el Aguamula, al suroeste el Borosa, y son estas dos cuencas, junto con la cuerda y la cresta de la cordillera, las que marcan la ruta circular que abordamos.
Son 41 kilómetros, casi una maratón que discurre entre ríos, fuentes, collados, hoyas, calares, cimas y trancos: toda una exhibición de accidentes geográficos que bien podría considerarse un resumen natural de la orografía de la media montaña.
Comenzamos en el camping de los Llanos de Arances, en Coto Ríos, siguiendo una pista forestal durante algunos kilómetros, hasta el río Aguamula, en el que la pista está vedada por una cadena (¡que vivan estas cadenas, que protegen las sierras y no las otras, que quitan la libertad!).
Alcanza la pista un antiguo cortijo, posiblemente privilegiado en otra época, por el paraje amplio y la ubicación a escasa altura, junto al río. Veremos otros más adelante a alturas imposibles, más pequeños, con poca tierra, que hacen pensar en la dureza de las vidas de los serranos y “hornilleros”.
Ya desde aquí se toma senda ancestral que dibuja el perfil de la montaña en dirección a un collado. Conforme se progresa en el ascenso aparece esa brisa que podríamos llamar de deslinde o avisadora, porque anuncia el cambio de perfil montañoso.
Al acercarse a la línea, la diferencia de temperatura entre laderas crea esta corriente gratificante, que refresca al caminante y le advierte del cercano final del esfuerzo.Es éste, además, un collado maravilloso, porque desde él se ve un lugar bellísimo, la Hoya de Albardía, testigo inmutable de la vida serrana, con ruinas de cortijos rodeados de cipreses y prados que recuerdan a un último valle, uno de esos lugares en el mundo que parecen estar esperando a que alguien lo encuentre y lo nombre.
Se ve aquí que fue, además de encontrado, perdido después. Se nota que este lugar espera, sin prisa, a que algún viajero se pare, renueve el deseo por él y reconozca que ése será su paraíso.
Ya dejamos la ruta clásica hacia Pontones y subimos sin remilgos hacia la guía del collado que nos llevará hasta los Campos de Hernán Perea.
Encontramos aquí un antiguo carril de ganado que alcanza tan limpiamente el collado, entre dos riscos imposibles, que suscita una vez más nuestra admiración por los antiguos pobladores de la sierra. Ya tenemos una cota de 1700 metros, que no abandonaremos en varias horas. Al asomarnos a los Campos, vemos también calares, magnífica estructura que filtra las aguas y permite su emergencia más abajo en forma de nacimientos majestuosos y, aparentemente, salidos de la nada.
Vemos también la cuerda de la cordillera, sobre la que nos guiamos para alcanzar la cima, siguiendo antes una pista de acceso a las casetas de vigilancia de incendios que hay en la antecima. En el vértice geodésico, el GPS marca 1994 metros.
Seguimos por la cuerda de las Banderillas en busca de un carril de ganado para el descenso definitivo, que se nos resiste un poco. Una vez que ya hemos bajado más de lo esperado, encontramos la senda que gira bruscamente en redondo y nos permite alcanzar, tras una bajada precisa, haciendo zigzag por pasos de trazo matemático, el Tranco del Perro.
Hay aquí una fuente, verdaderamente muy exigua, unos prados generosos de los que disfrutan unas pocas cabras y un paso en forma de V (el tranco en cuestión) que parece haber sido ensanchado o abierto a golpe de pico.
Llegamos aquí justo al límite de los valientes cortados del sierra (las llamadas banderillas).Quizá no hemos calculado bien nuestras fuerzas y, a pesar de nuestra voluntad de continuar, reflexionamos sobre la necesidad de descansar un poco.
Haciendo noche en la Sierra de Cazorla
Sin embargo, reconocemos nuestra extenuación tras 8 horas de marcha y 1600 metros de desnivel de subida y decidimos preparar un vivac. Afortunadamente aparecen en nuestras mochilas sacos y otros elementos que nos permitirán pasar una noche forzosa en Cazorla.
Ya hemos repuesto fuerzas y, poco a poco, se acerca ese momento mágico en que la luz y la oscuridad se dan la mano, ese breve momento de tránsito maravilloso, que ocurre dos veces al día y del que, a pesar de su renovación cotidiana, somos completamente inconscientes.
La montaña brinda la oportunidad de contactar con ese fenómeno tan poco reconocido y ofrece el placer de disfrutar de ese momento tenue, de extrema brevedad, pero existente, en que ni es de día ni es de noche. Los orientales tienen un respeto apasionado por este momento, porque es el punto de equilibrio entre el yin y el yang, el momento en que nada prevalece, todo está en equilibrio y la armonía es completa.
El montañero, en su saco, mira el cielo, espera tranquilo, para ver cómo el color azul se torna gris y cómo, desde ese fondo grisáceo surgen como brillantes, las estrellas, al principio tímidas, después potentes, sobre un marco ya de extraordinaria oscuridad. No hay nada mejor que dormirse así, con esta visión del cielo nocturno, en buena compañía.
Tras una noche magnífica, con un clima inmejorable, madrugamos lo justo para continuar nuestro descenso. Llega el momento más mágico de la ruta, con la salida por el tranco y la magnificencia de las banderillas a nuestra espalda.
A nuestros pies el esfuerzo serrano por hacer un camino sobre una superficie imposible, para ascender el ganado en verano y disfrutar de los frescos pastos de los calares altos.Hay decenas de zigzags para acomodar el desnivel por lugares aparentemente infranqueables. Se aprecia además un gusto artístico en los trabajadores que hicieron la senda, al adornar con piedras los flancos del camino en las zonas más llanas, donde es completamente innecesario, para alcanzar una referencia estética una vez más, emocionante y emocionada.
Ya solo nos quedan laderas y laderas, hasta ganar nuevos cortijos. En un grupo conocido como Los Villares debieron conocer momentos felices, con casas amplias y campos abundosos que sin duda vivieron tiempos mejores. Caemos ya hacia el Borosa, por algún arroyo tributario y, finalmente alcanzamos el río.
Aquí está, mi color azul perdido. El color azul que me deslumbró hace 25 años, y que aún me esperaba. A veces tengo la sensación que la vida está construida por una sucesión de momentos emocionados que se esperan entre sí durante años y que alimentan el porvenir. Desde algo muy valioso que había quedado extraviado u oculto, surge una fuerza que te arranca la rutina cotidiana y te devuelve a la vida auténtica, construida sobre emociones.
Como un color, o un aroma, perdidos, olvidados, que de repente, te conectan con la noche más hermosa.Así, con ese recuerdo, desgranamos los últimos kilómetros, ya fatigados, en dirección al regreso a la cotidianeidad. Se acompañan estos últimos momentos, de un silencio de arribo, muy semejante al de los marinos que llegan a puerto y contemplan el muelle como frontera.
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