Según nos acercamos a Chamonix, intuimos que algo gordo había por las alturas del paisaje. Acercamos la cabeza al parabrisas y el sobresalto fue considerable al descubrir de repente la posible cima del gigante blanco que nos proponíamos ascender. Ojalá sea esa- dijimos- porque de lo contrario será otra más alta.
Llegamos a Chamonix por la mañana. Nos instalamos en un pequeño y acogedor camping llamado «Bourguete» situado en el casco urbano de Les Houches, a unos ocho kilómetros de Chamonix.
Comenzamos a apreciar que los campings franceses están pulcramente cuidados lo que hace más agradable la estancia.En la fachada de la oficina de turismo se muestra la predicción meteorológica en francés y en inglés de los cinco días posteriores tanto en el valle como en las altas cumbres, información de vital importancia para decidir el momento de salida: Martes soleado. Miércoles soleado. Jueves y viernes soleado con fuerte viento en alta montaña. Por referencias que teníamos, nos fiamos plenamente y decidimos comenzar la ascensión al día siguiente, el martes por la tarde.
Nos informamos del horario de salida de los medios mecánicos que tendríamos que tomar. Por la tarde hicimos algunas compras de material de montaña en alguna de las muchas tiendas de por allí cuyos precios eran similares a una tienda cara de España. Es mejor traer todo el material consigo para no adquirir lo que encuentres allí como último recurso y preferiblemente probado para no llevarse sorpresas.
Por la tarde cenamos sendas pizzas en «Le Tricouni» (Place de Chamonix Sud), lugar agradable y de los no caros para ser Francia, mientras al fondo, en lo más alto divisamos de nuevo nuestro blanco.
Primer día de Chamoix al Nid d´Aigle
Teníamos decidido efectuar la ascensión en tres fases para ir aclimatándonos a la altitud, también con el propósito de disfrutar con calma del lugar, sin sufrir demasiado.
Hoy por la tarde iniciaríamos el ascenso al primer refugio «Tête Rousse», situado a 3.167 m.Por la mañana, para ir habituándonos a las sensaciones de las grandes altitudes tomamos el teleférico de «L´Aiguille du Midi» que nos elevó desde 1.036 m. hasta 3.842 m. en una impresionante subida. Allí, saliendo a la zona de alta montaña a través de una especie de cueva de hielo, probamos en la nieve parte del equipo de alpinismo que teníamos sin estrenar para evitar apuros a la hora de la verdad.
Comenzamos a notar el pulso más acelerado y mayor cansancio de lo habitual al efectuar cualquier movimiento. Observamos desde allí con toda claridad y buena perspectiva la larga ruta de ascenso al Montblanc lo cual nos hizo meditar sobre nuestra capacidad para conseguirlo. Estuvimos un rato observando nuestra reacción a esa altitud y aclimatándonos un poco.
Por la tarde fuimos a la pequeña localidad de Les Houches. A las 16:50 h. tomamos el teleférico a Bellevue que nos ascendió desde 1.010 m. hasta los 1.794 m. en 5 minutos. Subimos los dos solos cargados con nuestras voluminosas amigas de espalda de unos 20 kilos cada una pues llevábamos lo necesario para pernoctar en la nieve en caso de que no quedara otra solución. El encargado de la cabina nos miraba con extrañeza pues casi todos los alpinistas suben en aglomeración por la mañana para llegar al último refugio «Le Gouter» (3.817 m.) a lo largo del día. Nosotros lo dividimos en dos jornadas.
A pocos metros de donde acaba el teleférico hay una estación del tren cremallera «Tramway du Montblanc» que nos llevó hasta Nid d´Aigle ( Nido del Águila ) a 2.372 m. Allí, rodeados de turistas caminantes, a las 17:52 nos dimos la salida comenzando la ascensión en la cota aproximada donde terminan nuestras cimas palentinas.
Pronto nos envolvió la niebla aunque las marcas rojas nos señalaban el camino. A las 20:10, después de pasar un pequeño glaciar, llegamos al refugio de «Tête Rousse» ( 3.167 m. ). Habíamos ascendido 795 m. Tenían constancia de nuestra reserva desde España. Gratamente, llegamos a tiempo de las últimas cenas. Este refugio tiene capacidad de unas treinta plazas de litera. No había problemas de sitio.
Segundo día hacia el Refugio de «Le Gouter»
Con el fin de acumular horas de sueño, nos acostamos sobre las 22 h. levantándonos a las 7 h. La etapa de hoy consistiría en llegar al Refugio de «Le Gouter» ( 3.817 m.) . La peligrosidad de la ascensión era considerable ya que prácticamente en todo el trayecto había que trepar sobre piedras poco consistentes con posibilidades de desprenderse, con gente por encima de nosotros y por debajo. Pero el lugar más expuesto era la «couloir», un canal en fuerte pendiente que comenzaba arriba de la alta pared y terminaba en un glaciar por el que según nos habían dicho, era frecuente la caída de piedras. Por cierto, a ese lugar se le llama popularmente «la bolera», siendo los bolos los montañeros que por allí pasan. Cortando horizontalmente dicho canal estaba el sendero que debíamos atravesar.
A las 8:45 h. nos » herramos» con los crampones, nos colocamos el casco y salimos del refugio. Las mochilas pesaban unos dos kilos menos pues consumimos zumos y algo de comida. Cuando llegamos a esa canal, ya sin crampones observamos que no solo era frecuente la caída de piedras sino constante. Antes de pasar, una piedra perdida atacó a uno de nuestros piolets. Unos españoles que salvaron el paso ya de regreso comentaron entre ellos: «Ya pasaron todos los peligros». Eso nos hizo reflexionar: a nosotros nos quedaban aún todos por «gozar». Mientras esto sucedía, para animar, vimos un helicóptero haciendo un rescate a unos 400 m. por encima de nosotros. No había que pensarlo más de la cuenta, había que pasar.
Hacia arriba estaba la amenaza de caída de piedras, abajo una inclinada y resbaladiza pendiente de hielo, entre arriba y abajo, atravesando horizontalmente dicho cono de deyección había formado un sendero, primero sobre hielo, luego sobre piedras y de nuevo sobre hielo. En un raro momento de silencio nos decidimos a pasar. Lo hicimos sin correr para no resbalar. No se oía ruido de piedras, en doce segundos habíamos pasado la primera prueba. Dos minutos después vimos caer enormes pedruscos en el lugar que nos encontrábamos antes de pasar y también sobre el sendero. El estruendo de las piedras que se estrellaban contra las rocas pondría los pelos de punta si el casco los dejara
Desgraciadamente todos los años hay accidentes en ese punto pues pasa mucha gente. El truco es fácil, consiste en resguardarse, esperar a no oír ruido de piedras y entonces atravesarlo sin pausa pero sin correr. Desde que se empiezan a oír hasta que llegan a nuestra altura suele dar tiempo a salvar los aproximadamente 40 m. Si no diera tiempo, el compañero debe avisar por donde debemos esquivarlas, o si debemos agazaparnos en el suelo. El casco es necesario hasta el refugio.
El tener que pasar por una serie de peligros es más llevadero si nos concentramos exclusivamente en el momento presente, pues si pensáramos en todos los riesgos que faltan
por superar nos agobiaríamos y probablemente desistiríamos de continuar.
A medida que subíamos nos acordábamos de los picos más altos de España viendo en nuestro altímetro cómo superábamos todas. A 3.710 m. rebasábamos la del Teide. Durante el trayecto había cruces conmemorativas con la foto de personas que quedaron en el intento. Las mirábamos sólo de reojo.
Cerca del refugio aumentaba aún más la pendiente. El último trayecto estaba equipado con cables de acero y barras metálicas como ayuda. Tardamos en subir unas dos horas y cuarto sin contar los descansos, que fueron de treinta minutos en » la bolera» y una hora a mitad de camino. Llegamos al refugio a la hora de comer. Cuando llamamos desde España para reservar plaza en este refugio, nos dijeron que estaba todo ocupado. Al llegar nos informaron de la posibilidad de dormir en el suelo con lo cual nos pusimos muy contentos al no tener que dormir fuera. No obstante la plaza de suelo había que ganársela estando a las 20:00 h. sentado en el comedor con el aislante y el saco preparado para conquistar un trozo de terreno mientras barrían otro.
Este refugio, «Le Gouter» (3.817 m.) está estratégicamente situado para alcanzar el Montblanc por la arista de «Les Bosses». Aunque dispone de más de 100 plazas, en época alta suele estar lleno. A unos metros sobre él hay una zona donde vimos varias tiendas de campaña. Para dormir fuera es necesario un buen equipo de vivac ya que a esa altitud ronda la isoterma de cero grados en verano. Dentro hace calor, quizás demasiado y dan comidas. No hay agua corriente, los servicios son lamentables, dos cabinas de madera con un agujero de caída libre hacia la ladera. Los sentidos de la vista y el olfato son allí severamente castigados.
Por un litro y medio de agua embotellada te cobran 10 €. al cambio. La relación calidad-precio es baja pero estamos en alta montaña, en Francia y los suministros vienen en helicóptero.
Se veía gente que presentaba síntomas de debilidad. La verdad es que el aire que allí se respira no colma. A cuatromil metros hay aproximadamente la mitad de oxígeno que a nivel del mar ( en medida de presión ) y eso se notaba en la cabeza con un ligero dolor o mareo y en el corazón más acelerado. Allí, en reposo absoluto teníamos unas 100 pulsaciones frente a 60 en nuestra casa.
A media tarde, el encargado del refugio nos avisó de que habían quedado sin ocupar cuatro plazas de litera las cuales podríamos compartir seis personas. Nos agruparon a seis españoles, un matrimonio de Granada, dos catalanes y nosotros. Los que llegaron más tarde al refugio pudieron dormir dentro aunque en el suelo.
Un montañero de Béjar nos preguntó si éramos palentinos. Nos había identificado mientras comentábamos algo de nuestro famoso pico Curavacas ( el techo de Palencia ).
Mientras atardecía resultaba encantador contemplar desde arriba apoyados en la barandilla al borde de un vacío acolchado de nubes, cómo las más rebeldes intentaban alcanzar las cumbres sobresalientes ascendiendo por sus laderas matizadas de púrpura por los ya maduros rayos del sol. El metálico refugio, emergiendo brillante de la blancura, sugería ser un paso intermedio entre la tierra y el cielo.
Era el momento de acostarse. A pesar de ser las ocho y media de la tarde casi todos estaban en posición horizontal, unos en sus literas y otros sobre el suelo del comedor. En las literas estuvimos un rato charlando. Los catalanes nos contaban su ascenso al Kilimanjaro, los andaluces su entrenamiento subiendo al Pico Veleta mientras que uno de nosotros sacaba la petaca de orujo ofreciendo un trago a los ahora escandalizados compañeros. El de Granada comentó haber estado tres meses sin tomar una sola cerveza para poder subir al Montblanc ; como para tomar un trago de aguardiente unas horas antes de ascender a un 4.800.
Malamente conseguimos dormir tres horas. Teníamos que apoyar los brazos en el cuerpo del que estaba al lado o viceversa. A cada movimiento de uno se despertaba el compañero. La granadina se levantó a desalojar su estómago, quizá por el calor, quizá por los síntomas de la altitud.
Tercer día: Aclimatación final y cumbre
Eran las dos de la mañana cuando comenzó el movimiento en el refugio. Había que levantarse. Entre el desayuno y los preparativos la gente comenzaba a caminar entre las 3 y las 4 de la mañana. Nosotros salimos a las 4 h. Se empieza tan temprano por varios motivos: Que no se haga tarde al regreso, evitar el posible empeoramiento del tiempo por la tarde, peligro de aludes…
A partir de allí ya era todo nieve y hielo. Nos pusimos los crampones, nos encordamos y comenzamos a ascender. A pesar del frío, hacía una noche estupenda. Estaban todas las estrellas. Esa sensación nocturna era extraña para nosotros, rodeados de nieve y atados el uno al otro con una cuerda mientras avanzábamos hacia lo desconocido. Casi imperceptiblemente serenaba la visión de la Osa Mayor como lo único familiar que había en el entorno.
Llevábamos casi catorce horas a esa altitud. Eso nos ayudó a estar algo aclimatados. Por delante se veía cómo un desfile de estrellas en hilera ascendía sobre las laderas de nieve. Era el brillo de las linternas que todos llevábamos sujetas a la frente para alumbrar nuestro camino.
Por causa de la altitud, a cada paso que dábamos era más el esfuerzo necesario. Había que parar cada poco tiempo para recobrar el aliento. Faltaba fuelle. Llegamos a 4.000 m. El altímetro digital dijo «FULL» , a esa altitud había llegado su límite, dimos el relevo al tradicional de aguja mientras nos estrenábamos en el cuarto millar de metros.
Sobre las 6 h. comenzó el espectáculo del amanecer. Las cálidas tonalidades de la nieve y el cielo variaban por momentos. Los rayos del sol formaban haces modelados por los espacios entre las cumbres. Se empezaba a ver el inmenso escenario donde estábamos metidos; en plenos Alpes. Allí se comienza a sentir la atracción por los grandes dimensiones entre el hielo, la nieve y la espectacularidad de sus montañas.
Estábamos pasando a unos pocos metros de la redonda cima del «Dôme de Gouter» (4.304 m.) . Algunas cordadas se daban la vuelta a causa de algún problema. El sonido del piolet al clavarse y desclavarse rítmicamente en la dura nieve era como si arrastráramos cadenas.
Con el alba comenzó a soplar un viento gélido aunque no muy fuerte que poco a poco nos hacía sentir frío en las manos y los pies. Sobre las 6:45 h. estábamos en un pequeño refugio de emergencia: «Vallot» (4.362 m.). Había gente descansando a su remanso, dentro estaba a rebosar. Varios se encontraban tumbados, otros sentados reflejando la fatiga en su expresión. Allí estaba el granadino de los tres meses de abstemio y su mujer, que no estaba en su mejor momento, parecía sin fuerzas para continuar.
Al remanso del viento abrí un bote de bebida isotónica. Las gotas que salieron disparadas por la presión salpicaron el anorax que al instante quedó adornado con unas preciosas bolitas de hielo. No pude terminar de beberlo pues parte de su contenido quedó hecho un bloque mientras lo sujetaba en la mano. El agua de las cantimploras estaba a punto de congelarse por lo que tuvimos que meterlo en el medio de las mochilas. Hacía unos 15º C bajo cero y un viento casi constante de unos 30 Km./h.
El frío doloroso de los pies se volvió preocupante. Tuvimos que improvisar unos cubrebotas con sendas bolsas de plástico, de no haber sido así, habría sido dudoso para alguno continuar. Resultó efectivo. A 4.500 m. comenzó un ligero dolor de cabeza que remediamos con una aspirina.
in esperarlo, de repente en un repecho aparecía una de las célebres aristas de «Les Bosses» (jorobas). Allí el camino se adelgazaba hasta formar una fina cresta de nieve con el abismo a ambos lados. Producía fuertes sensaciones caminar por allí.
De repente se ensanchó pero pronto apareció la segunda «joroba». Una italiana nos dijo que el resto de su cordada no quería seguir, «finito» y nos pidió atravesar con nosotros la última arista. Hicimos un nudo en el medio de la cuerda y allí se aseguró con su mosquetón Paso a paso, muy lentamente,ascendíamos por un pasillo de nieve en el que sólo cabían los pies. Era como caminar por una cuerda hacia el cielo.
Arriba, en el final, el sol brillaba sobre el pico. Para otorgar más emoción al momento, se nos cruzó una cordada de tres que descendía, así que cuerpo a tierra clavando las puntas de los piolets inclinándonos hacia el abismo para dejarles sitio. De nuevo, muy despacio, nos incorporamos. Me resultaba sumamente emocionante estar ahí, ante un paisaje tan excepcional y a unos pocos pasos de la deseada cima. Un helicóptero sobrevolaba alrededor grabando nuestro espacio-tiempo.
Eran las 10:25 h. cuando coronamos la cima. Lo celebramos con unos abrazos entre nosotros y nos dedicamos a disfrutar durante casi hora y media de la singular panorámica. Todo lo que abarcaba nuestra vista se encontraba por debajo, incluso las nubes que comenzaban a aparecer. Nos sentíamos eufóricos a pesar de saber que quedaba la bajada. Alguien había edificado un iglú; era lo más alto de Europa, nos sirvió en su exterior de remanso.
Nada más llegar a la cumbre fue grande la sorpresa al ver unas bicis sobre la nieve. Nos lo explicamos al observar que las bajaban desmontadas, igual que las habrían subido. Probablemente la publicidad tenía algo que ver.
Para volver teníamos la duda de bajar por la vía que habíamos subido teniendo que descender a pie 2.400 m. o bien por la llamada» ruta de los cuatromiles» la cual nos llevaría en la misma jornada hasta el teleférico de L´Aiguille de Midi para de allí bajar a Chamonix descendiendo a pie unos 1.000 m. Nos habían hablado de esta segunda opción como menos peligrosa que la realizada en la subida. Viendo gente bajar y subir por ella, nos animamos a conocer una nueva vía.
Al comienzo de la bajada disfrutamos mucho más del paisaje que en la ascensión ya que teníamos de frente todo el inmenso Macizo del Montblanc y la respiración no nos apuraba tanto como en la subida. Sabíamos que debíamos beber mucho agua pero estaba tan fría que apenas nos apetecía.
El descenso del Mont Blanc
Estuvimos largo rato caminando y descansando, atravesando aberturas en el hielo, andando por estrechos senderos de nieve al borde de vertiginosas laderas en las que resbalar estaba penado con ser engullidos por una grieta unos metros más abajo. Pasamos al lado del Mont Maudit (4.465 m.). De repente venía una subida, luego inclinadas bajadas en alguna de las cuales nos aseguramos alternativamente por si resbalábamos.
Subiendo y bajando no terminábamos de descender de 4.000 m. El cansancio se iba convirtiendo en agotamiento. Apenas nos apetecía comer, nos obligábamos a tomar pequeñas barras energéticas para recuperar fuerzas. Aquello era más largo de lo que nos habíamos hecho idea. Por fin parecía que quedaba el último repecho y veríamos cerca el final, Que sorpresa más desagradable al ver la increíble bajada que nos quedaba. Abajo del todo las personas eran minúsculos puntitos en la nieve. De repente se juntaron unas cuantas nubes y empezó a caer una buena granizada. Aquello se ponía feo, era algo más que el simple regreso, se convirtió en una lucha de supervivencia por llegar a algún cobijo. Nos dimos cuenta de que el teleférico cerraría a las 18 h. y ya eran las 16:30 h. No podíamos ir más r rápidos, incluso teníamos que detenernos a descansar.
Sabíamos que antes del teleférico deberíamos encontrarnos con un refugio pero si no lo conseguíamos teníamos equipo para vivaquear en la nieve bajo la tormenta. Al llegar abajo ya eran las 17:30 h. Descartamos intentar subir otros 200 m. al final del Valle Blanco para tomar el teleférico, pues estaría cerrado. Al fondo, a la izquierda de nuestra trayectoria observamos con alegría una casa bastante grande. Era el refugio de «Les Cosmiques». Lentamente, imaginando al menos un suelo seco para tender nuestros cuerpos y una sopa caliente, ascendimos a él. Llevábamos catorce horas de travesía por la nieve.
El regente del refugio no fue muy amable en el recibimiento. Nos dijo que no había literas libres enfadándose al no haberle avisado por teléfono para reservar. Era un refugio algo más caro que los otros y tampoco disponía de agua corriente. Eso sí, era el más confortable y acogedor de los tres y la comida estaba bastante bien. Su altitud de 3.613 m.era confortable después de haber estado a casi 5.000 m.
Al final resultó que había sitio, ¡una plaza de litera para cada uno!, todo un lujo para nuestros resignados cuerpos.
Las vistas desde los ventanales del refugio eran fabulosas. Que encantador era ver nevar desde dentro. Aún se veía a algunos montañeros; apurados entre la cortina de nieve venían hacia el refugio
Fue una reparadora noche. Al día siguiente estábamos como nuevos. Sólo quedaban de subir unos 200 m. para llegar al teleférico, así que disfrutamos del paisaje al máximo. Las rocas de L´Aiguille de Midi estaban concurridas de montañeros de escalada «caliente». El último tramo era una arista muy empinada en la que se notaba el agotamiento de la gente que llegaba de una larga travesía.
Al ver ya la cueva de hielo de entrada a las instalaciones (que ya conocíamos de hacía dos días desde el otro lado ) y después de pasar por encima de la última grieta en la nieve, percibimos que lo habíamos conseguido.
Aquella entrada de hielo era el nexo de unión de dos mundos bien distintos. Era la meta del fatigado alpinista que llegaba de su batalla con la nieve y el deseado contacto con la visión de alta montaña para el turista que subía descansado en el «cable». Era el fuerte contraste de expresiones, de indumentaria y de tensiones lo más chocante del lugar. Unos catalanes aproximaron a sus hijos a nuestro lado para que tuvieran unas fotos con «los escaladores», como ellos decían.
Allí se acabó el hielo; nos liberamos de nuestros hierros y cuerdas y bajamos en el teleférico hasta al estación intermedia «Plan de L’Aiguille» (2.310 m.) donde nos tomamos sendas cañas para celebrar la hazaña.