Belice: Reserva Natural de Cockscomb y ascenso al Victoria Peak

Belice es más que playas y fantásticos sitios para ir a bucear. Pese a tener poca elevación, su selva es poco frecuentada. Las montañas más altas de Belice no superan los 1.300 metros de altitud.

Belice: Reserva Natural de Cockscomb y ascenso al Victoria Peak 5

El país presenta es el resultado de la colonización inglesa. Belize (su denominación oficial en inglés) cuenta con dos motores económicos principales, el turismo y el cultivo de cítricos. Pero también se puede escalar y además puede suponer todo un reto.

 

El viaje hacia Belice


Por fin, después de casi un año de trabajo que incluyó desde buscar financiamiento hasta tomar cursos de manejo de serpientes y realizar caminatas nocturnas en cañones como Aculco o en la Sierra de Meztitlán, estábamos en la Terminal de Autotransportes de Oriente. Todos menos Polo, quien habría de alcanzarnos después, en Chetumal, Quintana Roo.

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Quizá por el total de emociones y experiencias vividas en la selva, este largo y cansado viaje en camión hasta Chetumal, sea de lo que menos me acuerdo, el camino lo dedicamos a platicar sobre lo que cada uno esperábamos de la salida.

Llegada a Belize City

En esta ciudad, donde los orientales inmigrantes poseen la mayoría de los negocios más rentables, terminamos de hacer las compras que eventualmente necesitaríamos al adentrarnos en la selva, artículos como machetes, repelente de insectos, comida enlatada, harinas, cereales y demás provisiones fueron, por comodidad, adquiridos ahí.

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Iniciamos, todos juntos ya, pues Polo había llegado como lo prometió, el camino rumbo al corazón de Belice. Al pasar por Belmopan, actual capital de ese país, compramos las últimas cartas topográficas que necesitábamos para nuestra expedición; ocho cartas nos antojaban un camino largo y, por ende, difícil. No era el momento de empezar a correr.

La reserva de vida salvaje de Cockcomb

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Entorno selvático de Belice

Belice es realmente una especie de Torre de Babel, étnica y lingüísticamente hablando, pues mientras en Belice City el idioma oficial es el inglés (una suerte de inglés mezclado con «garífona» antiguo dialecto en el país, lo que nos dificultaba la comunicación), en Belmopan encontrábamos sin problema personas que hablaban español y poco después comenzó a ser común encontrarnos con personas de rasgos mayas quienes, además de hablar español y su lengua materna, dominaban el francés o el inglés. Inclusive el italiano.

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Conocimos alemanes, franceses y españoles que se extrañaban de nuestro interés por entrar a la selva habiendo lugares como Blue Hole, uno de los más bellos arrecifes del mundo para bucear, o las islas cercanas a Belice, conocidas como Cayos, donde se podían pasar agradables días sentados frente a la playa. ¿Cuántas veces como montañistas se presentan estas opciones? Muchas. Sin embargo, no nos atraen.

Después de varias horas de viaje, llegamos a una terracería que marcaba, a una distancia de ocho millas, la entrada a Cockscomb Basin Wildlife Sanctuary. Ahí queríamos iniciar nuestra caminata. Lo avanzado de la hora nos hizo acampar en un Trailer Park donde, bajo una palapa, nos guarecimos de una fuerte lluvia, como las que siempre caen en Belice. O al menos como las que nos tocaron.

Al día siguiente caminamos poco menos de dos horas y ya estábamos a la entrada de la reserva. A pesar de ser un camino amplio, la selva era impresionante a ambos lados. El guardabosques nos explicó las regulaciones del país y del lugar donde nos encontrábamos.

La reserva es una de las más grandes del país y en ella se encuentra el Victoria Peak, considerado el punto más alto de Belice, mismo que era de gran interés deportivo para los miembros de la comunidad montañista local.

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El guardabosque ofreció conseguirnos un guía para atravesar esa parte de la selva y llegar al Victoria, a 23 km de donde estábamos. Pero antes teníamos que obtener un permiso en Belmopan, lo que implicaba que algunos de nosotros tuvieran que recorrer casi un día de regreso para poder obtener tal documento.

Camino del Cerro Outlier

Nos organizamos y decidimos que primero haríamos cima en el Cerro Outlier, de 550 msnm a 5.5km de distancia.

Quizá en este mundo donde los ocho miles son una meta de altura impresionante, 550 msnm no tengan mucho interés, incluso los poco más de 1200 del Victoria. Esa fue también nuestra primera apreciación. Sin embargo, al día siguiente nos topamos con un camino bastante difícil, donde lo importante era mantener total atención al terreno donde podrían ocurrir constantes resbalones. Nos dimos cuenta de que esa primera apreciación era subjetiva.

Encontrarnos con la selva —ese enorme mar verde que no deja pasar mucha luz, que te deja oír el golpeteo de las gotas en las altas copas de los árboles cuando llueve mientras abajo no cae una sola para después mojarte con toda esa agua acumulada en las hojas aun cuando ya no llueva y que te mantiene mojado todo el día— se volvió al principio algo agradable, aunque con el paso de los días ya no lo fue tanto.

La distancia al Outlier parecía triplicarse en base al esfuerzo de subir y bajar las interminables y pequeñas elevaciones de 60 metros o menos de altura, la atención al camino y el fuerte calor que hacía. Se volvió relajante pasar por los arroyos y pisar con fuerza el agua levantando una fresca aunque momentánea brisa que envolvía el cuerpo.

La selva está viva y tu puedes ser su almuerzo

Sin embargo, este juego de refrescarnos nos hizo descuidar el paso y esperar con gusto cada arroyo para cruzarlo. Este error casi cobra su cuota, pues al pasar uno de estos arroyos fue cuando Toño le gritó a Joel y éste se quedó petrificado viendo muy de cerca de sus piernas sumergidas hasta poco arriba de los tobillos, la nauyaca. Sacaba la cabeza del arroyo, enorme cabeza en forma de diamante y sus lóbulos con veneno.

Todos nos quedamos callados. Se diría que Joel y la serpiente se observan. No han pasado más de diez segundos pero a todos nos parece ha sido más tiempo. Si se equivoca o se altera puede asustar al reptil y provocar un ataque. Pero se mueve hacia atrás sin dejar de mirarla. Quizá acaba de comer, además de que no se siente amenazada. Joel por fin sale del agua con calma, para alivio de todos.

Mientras los demás cruzan por otro lado, sabemos que hemos tenido suerte, no tanto por haber cruzado todos a salvo, sino por habernos encontrado con este bello ejemplar. La gente las mata cuando las ve y eso hace casi imposible encontrarlas.

La selva de noche es una maravillosa orquesta de sonidos. Tratábamos de saber cuál correspondía al rugir del jaguar, sin saber que algo que no hace es precisamente eso, rugir, sino que emite una especie de chillido, que no llega a ser completamente un rugido. El nervioso aleteo de un murciélago, el chirrido de los insectos, el llamado de las aves nocturnas, todo a un tiempo, en un desordenado concierto natural y sublime, nos acompañó en nuestro sueño y nos regaló uno de los mejores descansos en campamento experimentado hasta ahora.

La selva te regala caminos preciosos. La densidad de la selva no nos permitía ver a más de 20 metros de distancia, pero ese intenso verdor, el tamaño de las plantas los animales que veíamos hacían el espacio infinitamente agradable.

 

A pesar de no poder ver lejos y de que la mirada por más que se esfuerza no alcanza a ver más allá del círculo de luz, lo que tienes al alcance es precioso.

Cada día la selva te enseña a no descuidarte, a no caminar sólo por hacerlo. Al día siguiente mientras cruzábamos un tronco que estaba atravesado en diagonal en el camino, arrancado de raíz del fangoso suelo pero sin caer completamente al piso gracias a la ayuda de otro que le sirve como apoyo, Javier Martínez lo mueve un poco y lo mismo me pasa a mí. Un extraño ruido y la curiosidad nos hace voltear para descubrir su origen.

Nos asombramos: el tronco inclinado no es más de color café sino de un negro intenso. Un color con movimiento: el de las feroces hormigas, dispuestas a defender su hogar de aquellos que habían osado tocarlo. El ruido extraño lo hacían ellas moviéndose por su interior, como si esas miles de patas pisotearan el tronco para avisar de su presencia. La base del tronco se encontraba en medio de un lodoso fango. A la fecha no dejo de pensar qué habría pasado si el piso hubiera estado seco con nosotros tan cerca, observando ese minúsculo ejército atrincherándose para una batalla territorial.

Tramites para la subida al Victoria Peak

Polo y Javier, después de la cima del Outlier, han iniciado el rápido regreso para dirigirse a Belmopan, y obtener el permiso para ascender el Victoria Peak y contar con la designación oficial del guía a ese lugar, mientras nosotros les esperaremos en la entrada de la reserva.

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El camino, como referí más arriba, se tomaba ya con más precauciones a los pequeños detalles, después del encuentro con la serpiente, el ejército de hormigas, algunas telarañas e insectos en algunos árboles, nos tenía más concientes del lugar donde estábamos.

Pero no sólo los pequeños detalles en el camino de regreso del Outlier se encargaron de ponernos en alerta. Mientras caminaba tratando de recordar la letra de una canción, Gustavo, por delante de mí, se paró en seco y me pidió silencio mirando fijamente hacia nuestra izquierda. Otros tres, a su lado, se quedan igual, muy quietos y mirando fijamente a un punto donde un grupo de plantas se movían violentamente agitadas por el ruido de varios animales que gruñían y se acercan a nosotros.

Rápidamente me integro al grupo. No perdíamos de vista el origen del ruido, mientras buscábamos con los ojos alguna ruta de escape de algo que todavía no sabíamos que era, mientas un poco atrás el resto del grupo esperaba quieto, haciendo lo mismo que nosotros.

El gruñido se acercaba cada vez más y de repente, entre las plantas, a menos de diez metros de nosotros se asoman dos cabezas que identificamos como una especie de cerdo; perseguían a una ave con una ferocidad alarmante. Eran por lo menos cinco animales. Nuestra presencia asustó aún más al ave perseguida haciéndola cambiar de dirección, y con ella a sus perseguidores. Entonces todos respiráramos más tranquilos.

La selva del Jaguar

La noche de ese mismo día regresaron Polo y Javier, y un poco después el guardabosques en su camioneta. Nos platicaron que mientras caminaban hacia la entrada de la reserva, les acompañaban dos perros. Habrían avanzado aproximadamente unas dos millas cuando los perros comenzaron a aullar y regresaron corriendo como si estuvieran asustados.

Ellos continuaron su camino un poco intranquilos y al día siguiente el guardabosque nos decía que en el camino, junto a las huellas de mis amigos, se veían también las pisadas de un jaguar.

Ese día lo dedicamos a recorrer la reserva en varias de sus rutas de treking, ya teníamos el permiso para ascender al Victoria y ahora esperábamos a nuestro guía. Se llamaba Emiliano Poo, mopan maya de la zona, quien, como algunos de los que habíamos conocido, hablaba sin dificultad español, francés, inglés, además de su dialecto, el mopan maya. Llegó al día siguiente.

Emiliano era de aspecto fuerte, de cara endurecida por la vida en la selva, pero amable al trato y de franca aunque espaciada sonrisa. Muy serio nos solicitó el permiso mientras yo le observaba y notaba que traía por calzado un par de botas plásticas tipo jardinero.

Escalando el Victoria Peak

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Vistas desde la cima del Victoria Peak

El camino hacia el Victoria Peak se resolvía en dos noches de campamento, hasta llegar al kilómetro 23.5, señalizado en la punta del Victoria. El primer día hasta el kilómetro 12; el segundo al 22, muy cerca ya de la cumbre, desde donde se hacía cima y se volvía al 12, donde se pernoctaba por tercera ocasión para regresar a la entrada de la Reserva. Así que había que avanzar cuando menos doce kilómetros.

Nosotros recorrimos 21 kilómetros el primer día, al frente. Emiliano se asombraba de la buena condición de “los mexicanos”, el primer grupo que guiaba y que llegaba a esa distancia en un solo día, además de llevar sus mochilas completas, sin dejar nada en nuestro primer campamento.

Mientras cenábamos nos platicaba sus vivencias con otros grupos, la mayoría europeos. Nos llamó la atención el relato de un grupo de mujeres que después de dos noches en la selva y alcanzar la cima del Victoria, esperaron pacientemente a que un helicóptero llegara por ellas, llevándose a todas desde la cima, menos a Emiliano, quien tuvo que regresar a pie de regreso a su casa.

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Emiliano llevaba tortillas, que a esas alturas no podíamos menos que mirarlas con un poco de envidia. Compartimos con él nuestra comida y él amablemente nos obsequió un par de tortillas que nos dividimos, como hacíamos con todo, en partes exactamente iguales, o lo más iguales posible.

La cumbre de Belice; el Victoria Peak

Es muy de mañana. El calor es fuerte, como siempre. Ya no nos extraña. Pensamos que el kilómetro y medio que nos resta hasta la cima debe ser muy sencillo. Pero una vez más estuvimos apreciando de manera equivocada. Avanzamos por un camino que muchas veces se perdía entre la maleza.

Conforme nos acercábamos al Victoria, la vegetación se espaciaba un poco, el dosel siempre verde de repente dejaba pasar rayos de luz que recibíamos con gusto. Cuando llegamos al inicio del camino de ascenso miré mi altímetro. Marcaba 500 msnm, lo que indicaba que tendríamos que subir poco más de un 700 metros para llegar a nuestro objetivo, a 1220 msnm. El camino escurría entre un derrumbe de piedras, y se perdía hacia arriba.

Lo que al principio parecía una fácil escalada poco a poco se fue convirtiendo en algo mas complejo por la humedad de la roca y los agujeros que podrían ser guarida de insectos peligrosos o reptiles alentaban el paso poco a poco. Cuando terminamos el paso de roca de no menos de 100 metros, tomamos un camino, una suerte de vereda que a veces parecía ser no más que un puente de ramas entre piedra y piedra. De vez en cuando nos deteníamos a mirar. A lo lejos se podía ver una larga sábana verde y nosotros sabíamos que estaba totalmente cerrada a la luz del sol. La vida se reflejaba en ese intenso verdor que se tragaba cualquier cosa por debajo de él.

En el camino hacia la subida lo que más nos llamó la atención fue una gran tarántula que, en medio del camino, nos hizo saltar por encima de ella pues parecía obstinada a no moverse. Luego, cinco metros adelante, una telaraña con una araña muy pequeña de colores naranja y blanco vivísimos. No sólo el tamaño no era indicio de peligrosidad en esta selva.

El último tramo del ascenso estaba asegurado por un par de cuerdas amarradas precariamente a un árbol. Emiliano nos había dejado pasar, conocedor de esa hambre del montañista de llegar primero a la cumbre. Sólo Polo, con su tradicional calma, no parecía preocupado por el lugar en que llegaba, y venía junto a Emiliano.

Por fin, la cima. Lo habíamos logrado. Una meta deportiva que estábamos alcanzando. Nos dio mucho gusto ver que en la libreta no había aún ningún mexicano anotado y Emiliano nos decía que era muy seguro nosotros fuéramos los primeros de nuestro país en pisar ese lugar. Cada uno firmamos la libreta, vimos los nombres del grupo de mujeres que Emiliano nos había platicado y notamos que la libreta tenía por lo menos tres años de antigüedad pues este lugar es poco visitado.

El descenso del Victoria

Después de disfrutar esa hermosa perspectiva de la selva hacia cualquier lado que volteáramos, tomamos camino abajo. De nuevo la cuerda, el camino, la anaranjada araña, la tarántula que seguía reclamando su espacio, y la pared.

El regreso al campamento fue para levantarlo completamente, en un rápido cálculo, nos dimos cuenta que podríamos desandar ese mismo día los 21 kilómetros hasta la entrada de la reserva, Emiliano dudó un poco, pero al vernos decididos a caminar, optó por seguirnos. Y llegamos a la entrada de la reserva atardeciendo.

Gracias a las enseñanzas de Emiliano, ya podíamos distinguir a lo lejos el peculiar rugir del jaguar. Al parecer habíamos llamado tanto su atención que había visitado nuestro campamento y andado sobre nuestros pasos, como confirmamos después al ver sus huellas cerca de las nuestras. ¿Que le habría llamado la atención?

Después de semana y media en la selva salimos rumbo a Dangriga, donde Polo se enteraba que la comunidad “montañista” local estaba al pendiente de lo que los mexicanos hacían en mitad de la selva, en la noche de Navidad.

Mientras viajábamos de regreso a la Ciudad de México, tres semanas después de nuestra salida,  recordábamos la hermosa y redonda luna que acompañó nuestra cena navideña que nos hizo reflexionar en todo lo que nos había llevado hasta ahí, en los trabajos, en los esfuerzos, en dejar a nuestras familias en fechas como éstas, para formar un grupo para conocer una parte de esta selva.

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